Esclavas Carmelitas

17 de abr de 20202 min.

Domingo II de Pascua, 19 de Abril

Actualizado: 19 de abr de 2020

El Maestro ha muerto, los discípulos están absolutamente desconcertados y, como reconoce el propio Juan, muertos de miedo por seguir la misma suerte que Jesús. Pero hay uno, Tomás, cuyo dolor no le permite ya estar con el resto de los apóstoles: le duele tanto que Cristo ya no esté que no es capaz de seguir con la misma vida. Por eso, no cree las palabras de los apóstoles. Es como si dijera: “ya me ha costado mucho aceptar su pérdida, como para que ahora reavivéis mi esperanza y luego todo sea mentira”. Y es curioso que la prueba que Tomás pide es tocar las llagas de Cristo. Ellas son las señales de su amor por nosotros. A Tomás no le basta con que Cristo haya resucitado si no es ese mismo al que él ha amado y, sobre todo, el mismo que le ha amado tan profundamente en esos últimos años. Y cuando Jesús aparece de nuevo ante los discípulos presenta las señales de su amor a Tomás…y también a nosotros. Para el apóstol fue suficiente para exclamar ese acto de fe que hoy en día seguimos repitiendo: “Señor mío y Dios mío”.

La historia de la peregrinación en la fe de Tomás es motivo de gran reflexión, pero hoy Jesús también nos dedica, a ti y a mí, una gran bienaventuranza: “dichosos los que crean sin haber visto”. Sí, hoy Jesús nos hace esta alabanza porque nosotros no le vimos carnalmente, pero sí a través de la fe de la Iglesia. Es también el grito de sorpresa de San Pedro es la Segunda Lectura de hoy: “no habéis visto a Jesús y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”. Sí, Pedro, pero si creemos, es gracias a vuestro valiente testimonio. Gracias. Y como bien dice el primer papa de la Iglesia, la meta de nuestra fe nos lleva a la salvación. Hoy se celebra el Domingo de la Divina Misericordia. Dios ha tenido gran misericordia de nosotros al salvarnos, al darnos el don de la fe, cuando nosotros no lo merecíamos. Por eso, digamos con el Salmo: “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Jorge, Diácono de Madrid

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