El testimonio de la pobreza hoy, sigue siendo provocador.
Lo que me hace tomar conciencia de ello, es, por un lado, las preguntas e inquietudes de los que me rodean, y por otro, la necesidad de resetearme continuamente para que lo que estoy llamada a ser sea real.
Me pregunto si soy pobre, si los demás lo ven, si verdaderamente sigo a Jesús, al Nazareno, al que no tuvo ni dónde reclinar la cabeza. Porque si soy pobre es por esto, porque quiero vivir con Él y como Él. Hoy puedo parafrasear lo que decía el Hermano Rafael: “Voy Señor, no me importa que el camino a veces sea difícil, voy Señor, porque Tú eres el único que llena mi alma”.
Una ECSF vive entregada al estilo de Dios que no posee, que no tiene casa fija, que no fija su seguridad en los títulos, ni vive poseyendo los euros que lleva en el bolsillo. Ilógico, provocador cuando te preguntan ¿siempre llevas la misma ropa?, ¿y para una fiesta también?... O cuando se sorprenden al observar que compartes un móvil o que no te compras lo que te apetece. Pero más allá de lo anecdótico, es un testimonio de que la verdadera felicidad crece cuando se comparte. El día que le di al Señor todo, sentí que ya no me pertenecía. Parece que suena un poco fuerte, pero no puedo olvidar que ese todo, era bien pequeño con el Tesoro que recibí. Ahora no puedo regatear por pequeñas cosas. A pesar de todo, no me falta de nada y reconozco que a veces se me olvida.
Pobreza que es también reconocer que yo no lo puedo todo, que me enriquezco cuando pido ayuda, que todo es posible en comunidad. Mi consagración no la vivo sola, la vivo con mis hermanas.
Hoy siento que el Señor sonríe y acoge mi pobreza (mis cinco panes) y los multiplica para el bien de todos. Para eso hemos nacido, como María, libres para ser esclavas de quien hace realidad todos los sueños.
Hna. María Jesús, ecsf.