¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Con estas palabras, según la tradición de la Iglesia cristalizada en la Secuencia Pascual, anunció María Magdalena a los discípulos tan gran acontecimiento. Tan pocas palabras anuncian tremendo misterio, ¿cómo se puede decir tanto de manera tan sencilla? En el fondo es la dinámica de la Encarnación, que alcanza su plenitud en el día de Pascua: la Palabra eterna del Padre se abrevió entrando en el tiempo, sin perder nada de lo que le era propio, para volver a desplegarse en todo su esplendor a través de la Resurrección.
¡Resucitó! Si, así ha sido, Él ha vencido, el León de la tribu de Judá. Los tormentos fueron crueles, las injurias abundantes, los sufrimientos atroces, pero como ha dicho san Pedro " Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 40-41). Si, también hoy nosotros hemos sido invitados a comer y beber con él, para que, siendo sus testigos, llevemos la alegre noticia a todos los confines de la tierra y "contemos las hazañas del Señor" (Sal 117, 17).
Resucitó de veras, y "de él dan testimonio todos los profetas" (Hch 10, 43), su fidelidad ha vuelto a confirmarse y a triunfar de una manera esplendorosa. Él nos ha dicho que "la verdad nos hará libres" y, siendo Él mismo la Verdad ha roto definitivamente las cadenas del pecado y de la muerte con las que el antiguo enemigo nos tenía cautivos.
Mi amor, que es Cristo, nos quiere así, libres, para que sea autentico este amor. "Él nos ha amado hasta el extremo" (Jn 13,1), se ha entregado a sus verdugos para pagar nuestro rescate, y que se manifieste lo que somos: hijos en el Hijo. Y lo dejó muy claro para que ninguno dudase de la veracidad de su sacrificio: "nadie me quita la vida, soy yo quien la entrego voluntariamente" (Jn 10,18). No hay entrega de amor verdadera sino no hay libertad, y Cristo ha hecho posible esta nueva ofrenda, porque Él era el único libre.
Mi esperanza, la mía y la tuya, y la de todo aquel que quiera participar de este don gratuito de la salvación. Muchas son las ocasiones en nuestra vida en la que la sombra de la muerte, de la enfermedad, del rechazo, de la incomprensión, de la oscuridad, se ciernen sobre nosotros, pero no hemos de desesperar, pues si aceptamos estas cruces podremos entrar verdaderamente en la pasión, sabiendo que no estamos solos, que Cristo ha padecido el primero por nosotros, y que ahí donde hay un hombre o mujer sufriendo, ahí está Cristo sufriendo con él, por él y en él. No hemos de temer morir a nuestro hombre viejo porque la promesa en la que esperamos es la de resucitar al hombre nuevo. Como nos dice san Pablo "habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él" (Col 3, 3-4).
Hoy nosotros podemos decirle a María Magdalena que nadie se ha llevado a su Señor, que no han robado su cuerpo, que Jesús esta Vivo, que es Él quien nos lleva a nosotros ahora, "como un niño en brazos de su madre" (Sal 130, 2), que es Él quien nos ha robado a nosotros el corazón, el que lo ha ensanchado para que aprendamos que hay una nueva forma de amar, de seguirlo, de sufrir, de alegrarse. Ya no es necesario ir a Galilea para ver-Le, pues ahora el Señor aguarda en la fiesta de la Eucaristía y en el amor sincero entre los hermanos; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua. ¡Amén! ¡Aleluya!
Moisés Fernández
Presbítero de Granada
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