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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Séptima jornada

Séptima jornada. Desde las Altas Montañas hasta Jerusalén


Nos ponemos en presencia de los Peregrinos sagrados, José y María, que lleva en su seno a Jesús, y después de un momento de silencio, hacemos la siguiente oración:

Jesús, Verbo encarnado en las entrañas de María Santísima; el amor que me tienes te hizo bajar del cielo a la tierra hasta ponerte en un establo. ¡Cuánto siento haberte cerrado en la cara las puertas de mi corazón! Cada vez que he sido sordo a tus llamadas, cada vez que olvido que viniste a buscarme como a la oveja perdida con tanto trabajo para llevarme a tu gloria. Rompe los cerrojos de mi ingrato corazón. Si buscas pesebre donde reclinar la cabeza, pesebre es mi corazón; consume con el fuego de tu amor hasta las pajas de las imperfecciones, aparta de mí las bestias de mis culpas. Y ya que vienes a buscar a los pecadores, y yo soy el mayor de todos, confío en tu misericordia que me perdonará y confío en que me darás gracia para poder servirte y amarte hasta el final de mi vida. Amén.


Consideración para el día séptimo.

En la ciudad santa de Jerusalén contemplamos la inmensidad de penas que padecería nuestra Reina y Señora cuando pasando por las calles imaginaba los dolores que había de pasar Jesús en ellas, cuando caminase de tribunal en tribunal, acosado por la multitud, tratado como loco. Viendo José que María empieza a llorar, siente en su corazón el dolor de no saber cómo consolarla.


Ave María.


Oración a María

María Inmaculada, Lirio hermoso de los Valles y mar inmenso de penas; con la mayor reverencia y devoción que puedo, adoro al Verbo encarnado en tus entrañas, y te suplico que por estos dolores que padeciste en Jerusalén, me encamines también a mí en estas calles, siguiendo a tu Hijo hasta la cruz, llorando su pasión, y así, arrepentido, pueda llegar a la Gloria del Cielo. Amén.


Oración a José

José, santo Patriarca, padre y tutor de Jesús, que llegando a Jerusalén, en lugar de encontrar descanso viste redobladas tus penas, por ver sufrir a María, por intuir el futuro de Jesús. Te suplico que por los trabajos que padeciste en esta jornada sin poder consolar a María, me alcances una viva consideración de los misterios de la Redención. Amén.


Finalmente ofrecemos nuestro corazón como posada repitiendo: Jesús, José, María, os ofrezco por posada mi alma y mi corazón. En este día, puedes rezar el vía crucis, los misterios dolorosos del Rosario, uniéndote a la Pasión del Señor.




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