"Nuestra identidad, nuestro ser tiene otro origen distinto de nuestros actos, y mucho más profundo: el amor creador de Dios que nos ha hecho, a su imagen y nos ha destinado a vivir siempre con Él, que es el amor que no puede volverse atrás.
A este respecto, me gustaría citar un hermoso pasaje de una ensayista contemporánea que hemos mencionado antes: El amor es lo que queda cuando ya no queda nada más. En lo más hondo de nosotros, todos lo recordamos cuando - más allá de nuestros fracasos, de nuestras separaciones, de las palabras a las que sobrevivimos - desde la oscuridad de la noche se eleva, como un canto apenas audible, la seguridad de que, por encima de los desastres de nuestras biografías, más allá incluso de la alegría, de la pena, del nacimiento, de la muerte, existe un espacio que nadie amenaza, que nadie ha amenazado nunca y que no corre ningún peligro de ser destruido: un espacio intacto que es el del amor que ha creado nuestro ser."
(Jacques Philippe. Orgullo y pobreza espiritual, p. 153)