¿Qué significa ser hijo? ¿ Cuál es el papel de los padres hoy? ¿Qué consecuencias ha tenido el cuestionamiento de su autoridad? ¿Cuál es el secreto del hijo y por qué debe preservarse? Para dar respuesta a estas preguntas, el psicoanalista Massimo Recalcati acude a dos mitos contrapuestos: el de Edipo de Sófocles y el de la parábola bíblica del hijo pródigo de Lucas.
Edipo es el hijo que se ve desbordado por la culpa cuando comete los dos peores delitos que se podría permitir: el parricidio y el incesto. Cuando era pequeño su padre Layo intentó asesinarlo cuando el oráculo le desveló que ese niño seria su asesino y poseería a su esposa. Edipo salvó su vida y al consultar también el oráculo y descubrir que su destino era asesinar a su padre y casarse con su madre, decidió cambiarlo huyendo de su pasado, ciego a su propia historia. Pero el destino le hizo toparse de frente con su padre en un cruce de caminos y tras una discusión le asesinó sin saber que estaba cumpliendo aquello de lo que había huido toda su vida.
La relación con nuestros padres marca sin duda nuestra historia, deja en nuestra nuca unas cicatrices que influyen poderosamente en nuestro destino. Por eso es importante encontrar un camino de sanación basado en una búsqueda intensa de la verdad, un reconocimiento sano de la culpa y la acogida plena del perdón.
En este libro tras un análisis de la relación padre e hijo a través de la tragedia de Edipo, se nos muestran las pistas de cómo alterar la trayectoria aparentemente imperturbable que nuestras heridas afectivas nos han marcado. Será otro hijo el que San Lucas nos muestra en su capitulo 15 quien nos ayude a comprender que la libertad es posible sólo cuando el Padre nos deja recorrer nuestro camino sin pretender apoderarse de nuestra historia. Y que el amor verdadero del Padre sana la relación y convierte la cicatriz en poema.
Sin embargo, cuando vivimos huyendo de la culpa y de nuestra propia historia de fracaso, nos alejamos cada vez más de la posibilidad de cambiar el inexorable curso del destino. Sólo abrazando las grietas de nuestra vida y dejando que Dios las abrace, podremos experimentar la reparación no tal y como la pensamos sino como Dios la ha soñado para nosotros. Un arte japonés del siglo xv llamado kintsugi -literalmente, "reparación de oro" - nos muestra que en el camino hay grietas q tienen consecuencias irreparables, pero que eso no significa que Dios no pueda restaurarlas y quizás hacer algo mucho mejor. En el origen de este arte, el kintsugi, se halla la voluntad de un rico aristócrata por recuperar la belleza perdida de un jarrón roto. Se dirige a un artesano que en lugar de de tratar de esconder las huellas de la ruptura, opta por destacarlas con pintura dorada. El resultado provocó tanto entusiasmo que otros aristócratas rompieron a propósito sus jarrones más preciosos para que fueran remodelados con esta técnica. Es así como el perdón de Dios da lugar a algo resucitado y nos abre a la esperanza de una nueva oportunidad tras cada caída.
Este respeto absoluto y hasta del secreto del hijo que nos muestra San Lucas, nos muestra como el primer cometido - el más alto y el más difícil- de los padres es tener fe en el secreto incomprensible del hijo y en su esplendor. Sin exigir que su vida siga nuestros pasos, permitiendo que se pierda y conozca la derrota y la herida para encontrar su propia andadura.
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