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  • Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Primer miércoles de noviembre

La muerte de San José


En estas semanas finales del año litúrgico la Iglesia nos invita a ahondar en el tema de la vida eterna y a asumir con esperanza cristiana el dolor y la muerte. San José, desde su sencillez amable, se hace también para nosotros compañero de camino. De su mano se nos hace más fácil pasar por el valle oscuro de la muerte y aceptar con confianza el dolor que provoca en nuestras vidas.


Desde siempre la Iglesia ha entendido que la ausencia de San José en los pasajes del Evangelio de la vida pública de Jesús y de su muerte eran una prueba fehaciente de que José, una vez cumplida su misión, había muerto, probablemente durante los años de vida oculta de Jesús en Nazaret.


José murió; pasó por el trance de la muerte como cada uno de nosotros. Rindió la vida a Dios Padre como el gesto último y supremo de entrega a su voluntad, una voluntad que había sido su guía durante toda la vida. Pero lo que llena esta muerte de dulzura y paz para nosotros es la certeza de que José murió entre Jesús y María, consolado íntimamente por ellos, alentado, abrazado, sostenido, amado… La familia de Nazaret vivió, como cualquier otra familia, el dolor agudo de la muerte de aquél a quien amaban entrañablemente y supo llenar este trance de sentido.


Es fácil imaginar a Jesús con las manos de José moribundo entre las suyas, alentando su esperanza. Él ya le está preparando un sitio; apenas un poquito más y el Cielo será una realidad plena en la vida de José. Cuánto anheló Jesús en aquel momento llevar hasta el final su obra redentora: era la impaciencia de ver a aquel a quien amaba tanto, al varón justo por excelencia, muy cerca del Padre, en el Cielo.


Y José cerró los ojos convencido de que este Cielo se acercaba, ya casi estaba aquí mismo, Jesús lo estaba haciendo posible; pero, además, era una realidad que él había vivido anticipadamente al gustar como nadie el amor de Jesús y de María.


San José, alcánzanos la gracia de vivir con paz y esperanza la cercanía de la hermana muerte; concede especialmente esta gracia a quienes se acercan a este momento crucial, a quienes dudan, a quienes tienen miedo ante ella. Concédeselo a quienes no encuentran su sentido, a quienes se abruman por el dolor de su cercanía.


San José, patrono de la buena muerte, ruega por nosotros.




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