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  • Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Consagradas y enviadas


Jesús se ha dado a conocer como el consagrado y el enviado del Padre. Él mismo pregunta a los judíos que quieren apedrearle, si pretenden matar a aquel que el Padre ha santificado y enviado al mundo.[1]

En el religioso se manifiesta de manera más profunda lo que en todo cristiano por el Bautismo, la consagración y el envío. La consagración es la base de toda vida religiosa. Dios llama a una persona y la separa para dedicársela a Si mismo de modo particular. Al mismo tiempo, da la gracia de responder, y así la consagración se expresa, por parte del hombre, en una entrega de sí libre.[2] Se trata de una alianza de mutuo amor y fidelidad que conlleva una misión para gloria de Dios, gozo de la persona consagrada y salvación del mundo. Esto es una constante en la historia de la salvación: Si Dios llama a uno es para la salvación de todos.

De esta manera las Esclavas Carmelitas han sido escogidas y separadas del mundo para vivir una intimidad con Dios en vistas al bien de todos los hombres. Nuestro Instituto empezó cuando cuatro chicas de Acción Católica comprometidas en la evangelización en sus parroquias y en la diócesis de Cuenca, sintieron la llamada a ser esposas de Cristo al estilo del Carmelo Descalzo. Por lo tanto desde los comienzos, las hermanas han sido conscientes de que habían sido enviadas al mundo para colaborar con Cristo en su obra salvadora. De alguna manera, el Padre, a través de su Espíritu, ha puesto en nosotras el deseo de Cristo de que todos los hombres se salven y conozcan, como nosotras lo hemos hecho, el amor misericordioso de Dios. Por esto, las Esclavas Carmelitas ya sea en la parroquia, en el ámbito diocesano o allí donde se encuentren por cualquier causa, tratan de llevar a las personas al encuentro con Dios. Es más, las hermanas estamos convencidas de que toda actividad, por pequeña y cotidiana que sea, que realicemos en obediencia a la voluntad del Padre, contribuye a la redención de todos los hombres.

La virgen, Reina y Madre de nuestro Instituto, nos ayuda en esta vocación. Ella ha recorrido el camino de la consagración total y de la colaboración con su Hijo en la obra de la salvación de forma perfecta. Y ella con su amor materno nos lo enseña a cada una. Por eso las hermanas nos sentimos muy unidas a ella, le pedimos siempre su intercesión y para no olvidar que ella es modelo de nuestra consagración y misión, repetimos constantemente la jaculatoria “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”.

[1] Jn 10,36

[2] cfr. EE 12


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