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  • Foto del escritorEsclavas Carmelitas

ADORO TE DEVOTE


Introducción

A las puertas de la gran solemnidad del Corpus Christi os proponemos esta noche orar el misterio de la Eucaristía de la mano del himno medieval y de piedad popular Adoro te devote. Es una fiesta para dar gracias a Dios por haber puesto su tienda entre nosotros, para mostrar nuestra alegría por tenerlo cerca aunque escondido en al forma del pan.

Hoy podemos repetir despacio dentro de nuestro corazón: no veo las llagas, como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame.

Aunque a principio los primeros cristianos solo reservaban las Sagradas Especies para llevar la comunión a los enfermos y a quienes estaban encarcelados por la causa del Evangelio, poco a poco esta reserva se abrió a un culto público. Nuestro Dios está presente en el sagrario, ahí nos espera, ahí debemos adorar y mostrar nuestro amor por Él.

Hoy acompañamos a Jesús como aquellos que con una fe sencilla iban detrás de Él por los caminos de la Galilea mientras le contaban sus necesidades, anhelos, deseos y le hacían saber la alegría de estar juntos a Él. Hoy dile a Jesús: eres importante para mí. Mi corazón agradece que te hayas quedado en medio de nosotros. Acompáñame y fortaléceme. Jesús en el trono de tu corazón esta más contento que en la custodia más espléndida.

De San José María Escrivá:

Adoradle con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo no me aparto de Él.

Canto y exposición

Te adoro con devoción, Dios escondido,

que estás aquí verdaderamente, oculto bajo estas apariencias.

A Ti se somete mi corazón por completo,

pues al contemplarte cae rendido totalmente.

Verdaderamente Tú eres un Dios oculto, había proclamado ya el profeta Isaías. Así permaneciste a los ojos de los hombres durante mucho tiempo: escondido, como en segundo plano. Pero por amor a nosotros, en un momento concreto de la historia decidiste correr el velo que nos separaba de Ti. Y viniste a acampar entre nosotros. Tomar nuestra carne en el seno de María.

Viniste en el silencio y no hubo grandes demostraciones de divinidad. Estabas oculto también en Nazaret. La mayoría ni se percataron de tu llegada, y solo unos pocos de corazón sencillo y humilde pudieron percibir la grandeza que había llegado a sus vidas para cambiarlas por completo: María, José, los pastores, los Magos, Ana, Simeón...

Cuando mostrabas todo tu poder en los milagros algunos no podían reconocerte, y en al cruz volviste a ocultar de nuevo tu divinidad. Solo María conocía la verdad.

Ahora te escondes en el pan y en el vino, quieres ser descubierto por mi fe y mi amor. ¡No te escondas, Señor!, que esté siempre claro tu rostro a nuestros ojos; “que vivas con nosotros”, porque sin Ti nuestra vida no tiene sentido; “que te veamos”, con los ojos purificados en el sacramento de la Penitencia; “que te toquemos”, como aquella mujer que se atrevió a tocar la orla de tu vestido y quedó curada; “que te sintamos”, sin querer nunca acostumbrarnos al milagro; “que queramos estar siempre junto a Ti”, que es el único lugar en el que hemos sido felices plenamente; “que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos”, porque te lo hemos dado todo.

Repite en silencio: que vivas siempre en mi, que pueda verte, que pueda tocarte, que pueda sentirte...

Canto

No veo las llagas como las vio Tomás,

más como él te llamo: "Dios mío".

Haz que siempre crea más en Ti,

que espere más en Ti, y que te ame cada día más.

De San José Mª Escrivá: Acude perseverantemente ante el Sagrario, de modo físico o con el corazón, para sentirte seguro, para sentirte sereno: pero también para sentirte amado..., ¡y para amar!

En el fondo, la suerte de aquellos que estuvieron con Él, le vieron, le oyeron y le hablaron es la misma que la nuestra. Lo que decide es la fe. Por eso escribe Santa Teresa que “cuando oía decir a algunas personas que quisieran ser en el tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndome que teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, qué más se les daba”237.

Al Señor le vemos en esta vida a través de los velos de la fe, y un día, si somos fieles, le veremos glorioso, en una visión inefable. “Después de esta vida desaparecerán todos los velos para que podamos ver cara a cara”. Todo ojo le verá, nos dice San Juan en el Apocalipsis, y sus siervos le servirán y verán su rostro. Mientras tanto, en esta vida, creemos en Él y le amamos sin haberle visto. Pero un día le veremos con su cuerpo glorificado, con aquellas santísimas llagas que mostró a Tomás. Ahora le confesamos como a nuestro Dios y Señor: ¡Señor mío y Dios mío!, le diremos tantas veces. En este rato de oración le pedimos: Haz que yo crea más y más en Ti, con una fe más firme; que en Ti espere con una esperanza más segura y alegre; que te ame con todo mi ser.

¿Cuántas veces al día visitas un Sagrario?

Quizá pases muchas veces cerca de uno, ¿Por qué no haces hoy propósito de acercarte a Él cada día?

Canto

Oh Jesús, a quien ahora contemplo entre velos,

te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:

que al mirar tu rostro cara a cara,

sea eternamente feliz con la visión de tu gloria.

«Es el modo mismo de presencia de Jesús en el sacramento lo que hace nacer en el corazón la esperanza y el deseo de algo más», pero «la Eucaristía no se limita a suscitar el deseo de la gloria futura, sino que es de ella la prenda».

Es «el sacramento que a nosotros, peregrinos en la tierra, nos revela el sentido cristiano de la vida» y, «como el maná» –«alimento de los que están en camino hacia la tierra prometida»–, «recuerda constantemente al cristiano que él es “peregrino y forastero” en este mundo; que su vida es un éxodo»; el pan eucarístico «sostiene durante todo el camino de esta vida».

¡Quiero ver tu rostro, Señor! Dice el epitafio de la tumba del cardenal Newman: desde las sombras y las apariencias hacia la verdad. Cuando podamos contemplarte, Señor, será como despertarnos de un sueño en pleno día. Cuando te contemplamos en la custodia y miramos a través de Ti podemos percibir, como si fuera una ventana, la llegada de la luz de otro mundo que contiene toda la plenitud.

Mirarte en la Eucaristía es recibir el aliento y la invitación a permanecer con la mirada puesta en el cielo. Nos acoges, nos recibes para invitarnos a descansar en Ti. Alivias nuestras heridas y cansancios fruto de haber recorrido los caminos de este mundo. Mirándote cara a cara podemos descubrir todo el amor que nos entregas cada día.

¿Cómo voy de esperanza cristiana?

¿Soy consciente que estoy en camino del cielo?

¿Deseo encontrarme con Jesús, gozar de la alegría definitiva del cielo?

Reserva y canto

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