Estoy admirada por una palabra de Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre". Por tanto Jesús nutrió su alma, momento tras momento, de la voluntad de Dios.
Veo cómo mi alma a menudo está agitada, en el momento presente, por dos, tres cosas por hacer tanto que luego la dejan como inquieta. Veo cómo a menudo el deseo de llegar a todos, de hacerlo todo, de abrazar el mundo, lo interpreto prácticamente de un modo no justo. Es una avidez espiritual que pertenece siempre al hombre viejo, aunque con matices de celo.
Este no es el modo de vivir cristiano. También quién está en una tienda de comestibles, si lo desea, come una cosa u otra, pero no todo y no toda la tienda. Es necesario alimentarse, y por lo tanto contentarse, de lo que Dios quiere de nosotros en el presente.
He intentado hacer así en estos últimos días: es una experiencia maravillosa. Rompiendo con violencia todo lo que no es voluntad de Dios, para sumergirme sólo en ella, he probado qué es la saciedad del alma: ¡es paz, gozo, felicidad! Una especie de beatitud.
Ahora entiendo cuanto son verdaderas y sabias las palabras del Papa Juan XXIII: "Yo tengo que hacer cada cosa, recitar cada oración, ejecutar aquella regla como si no tuviera otra cosa que hacer, como si el Señor me hubiera puesto en el mundo solo para hacer bien aquella acción y del buen resultado de ella dependiese mi santificación, sin pensar en el después y en el antes".
Chiara Lubich