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Segundo domingo de Pascua, 28 de Abril

Foto del escritor: Esclavas CarmelitasEsclavas Carmelitas


Al alborear hoy domingo el día, muchos san clementinos han salido de sus casas, han abierto con ilusión sus puertas para acompañar en uno de los días grandes a su madre la Virgen a la ermita de Rus. ¡Qué diferencia con respecto a aquel otro domingo que nos narra el evangelio de hoy! Con mucho miedo, y las puertas cerradas; sin saber que hacer y a dónde ir.

Quizás no somos expertos en cuestiones de fe, pero si somos entendidos o hemos vivido muchos momentos de duda, dificultad y miedo. Hoy los discípulos estamos llamados a ser nosotros. Es posible que hayamos tenido la fortuna de tener personas a nuestro alrededor que nos hablen del amor de Dios, de su misericordia y ternura, de que existe esperanza ante el dolor y la enfermedad, pero… no haya sido suficiente para nosotros.

Es posible que sigamos inundados por la duda, paralizados por el miedo porque no nos basta que otros nos lo cuenten: “Hemos visto al Señor”. Es normal ser Tomás y necesitar VIVIR y EXPERIMENTAR a Jesús vivo y resucitado en nuestra vida. No conocer a un Dios de oídas, sino a un Dios personal que se ha encontrado con nosotros.

¿Dónde podemos ver y tocar a Jesucristo resucitado? ¿Cómo podemos al igual que Tomás meter nuestras manos en sus manos y costado?

En primer lugar el Señor nos da su PAZ, “ Paz a vosotros…” por dos veces repetirá Jesús. Jesús se hace presente en los sacramentos, especialmente en la eucaristía. “Tomad y comed… este es mi cuerpo”, se hace presente en todos aquellos que sufren hoy nuestras injusticias: heridos por el odio, el rencor, la soledad, las adicciones, las pobrezas materiales y espirituales, heridos por nuestros egoísmos.

Quizás no sabemos donde fijar nuestra mirada y estemos esperando grandes manifestaciones de Dios. Sin embargo, Dios quiere que le toquemos en lo sencillo, lo ordinario, en lo que aparentemente para el mundo de hoy es irrelevante y feo.

Seguro que hay dudas en nuestro corazón, dudas que nos impulsan a buscarlo más, a preguntarle más, a profundizar en una fe en ocasiones demasiado superficial. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO! Tú lo sabes todo, yo confío en Ti. Envíame tu ESPÍRITU SANTO.

Hugo Cuesta, San Clemente


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