Al alborear hoy domingo el día, muchos san clementinos han salido de sus casas, han abierto con ilusión sus puertas para acompañar en uno de los días grandes a su madre la Virgen a la ermita de Rus. ¡Qué diferencia con respecto a aquel otro domingo que nos narra el evangelio de hoy! Con mucho miedo, y las puertas cerradas; sin saber que hacer y a dónde ir.
Quizás no somos expertos en cuestiones de fe, pero si somos entendidos o hemos vivido muchos momentos de duda, dificultad y miedo. Hoy los discípulos estamos llamados a ser nosotros. Es posible que hayamos tenido la fortuna de tener personas a nuestro alrededor que nos hablen del amor de Dios, de su misericordia y ternura, de que existe esperanza ante el dolor y la enfermedad, pero… no haya sido suficiente para nosotros.
Es posible que sigamos inundados por la duda, paralizados por el miedo porque no nos basta que otros nos lo cuenten: “Hemos visto al Señor”. Es normal ser Tomás y necesitar VIVIR y EXPERIMENTAR a Jesús vivo y resucitado en nuestra vida. No conocer a un Dios de oídas, sino a un Dios personal que se ha encontrado con nosotros.
¿Dónde podemos ver y tocar a Jesucristo resucitado? ¿Cómo podemos al igual que Tomás meter nuestras manos en sus manos y costado?
En primer lugar el Señor nos da su PAZ, “ Paz a vosotros…” por dos veces repetirá Jesús. Jesús se hace presente en los sacramentos, especialmente en la eucaristía. “Tomad y comed… este es mi cuerpo”, se hace presente en todos aquellos que sufren hoy nuestras injusticias: heridos por el odio, el rencor, la soledad, las adicciones, las pobrezas materiales y espirituales, heridos por nuestros egoísmos.
Quizás no sabemos donde fijar nuestra mirada y estemos esperando grandes manifestaciones de Dios. Sin embargo, Dios quiere que le toquemos en lo sencillo, lo ordinario, en lo que aparentemente para el mundo de hoy es irrelevante y feo.
Seguro que hay dudas en nuestro corazón, dudas que nos impulsan a buscarlo más, a preguntarle más, a profundizar en una fe en ocasiones demasiado superficial. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO! Tú lo sabes todo, yo confío en Ti. Envíame tu ESPÍRITU SANTO.
Hugo Cuesta, San Clemente