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  • Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Tercer domingo de Pascua, 5 de Mayo


El pasaje del cuarto evangelio, lleno de simbología, nos hace reparar en la misión de la Iglesia, la pesca de hombres. Ni Pedro ni los apóstoles habían sido capaces de recoger peces por sí mismos. Pero cuando Cristo resucitado se presenta a su lado entonces se produce la pesca, y una pesca sobreabundante. Por un lado, el evangelista trata de dar testimonio de la resurrección de Cristo. Sólo Él era capaz de hacer signos como este. Ya los había realizado antes de la Pascua. Por eso, el discípulo que tanto amaba pudo gritar lleno de gozo “es el Señor”. Además, al comer con ellos Jesús les muestra que no es un fantasma, que es Él mismo. Por otro, nos enseña que el trabajo apostólico se hace eficaz y fructífero sólo cuando es Cristo quien preside nuestra vida y nuestra actividad. De nada les valió a los apóstoles estar bregando toda la noche ellos solos. Ahora bien, con su presencia y dirección la escasez se convirtió en riqueza.

La “red repleta de peces grandes” es símbolo de plenitud. La plenitud de la obra de la Iglesia. La Iglesia es católica, es decir, universal. En la barca de Pedro caben todos. No importan las diferencias o el número, la red no se rompe. Los apóstoles son pescadores de hombres. Hombres y mujeres que son convocados por Cristo. Es más, la Iglesia no estará completa hasta que el Evangelio no se haya predicado a todos los hombres. Por eso, hoy, como en los comienzos, se toma muy a pecho la misión. La reprensión del Sumo sacerdote a los Apóstoles, “habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza…”, es muestra del empeño con que los apóstoles cumplían su misión. Misión que nos atañe a todos los cristianos de todos los tiempos.

“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Por su amor a Cristo, Pedro el pescador, se convirtió en pescador de hombres, a pesar de los ultrajes y sufrimientos que habría de experimentar. Recibió del Señor la tarea de apacentar sus ovejas, es decir, de mantenerlas unidas. El ministerio petrino, que a lo largo de los siglos ha sido sujeto de profundos cambios, es signo indeleble del cuidado de Cristo por sus ovejas. Signo de su servicio incondicional.

Cuando llegan a la orilla Jesús les ha preparado un almuerzo: un pescado puesto en las brasas y pan. Es el premio a una larga noche de trabajo. Los primeros cristianos representaban al Señor con el símbolo del pez. Por otro lado, el pan recuerda a la última cena. Por eso, lo que san Juan nos está queriendo decir es que el premio del cristiano, del evangelizador, es el mismo Cristo, que se nos da en la Eucaristía. El Cristo que se inmoló en la cruz y que resucitó al tercer día, se nos hace hoy presente se la misma forma con que se apareció a los apóstoles.

“Traed de los peces que acabáis de coger”. La eucaristía es don de Dios, pero también es aportación nuestra. Hemos de aportar el pan y el vino, y con ellos nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestras ilusiones, para que las bendiga y Él se haga presente.

Él nos alimenta aquí en la tierra y nos convierte en una unidad, pues participamos todos del mismo pan. El principio integrador es Cristo resucitado, presente en medio de su Iglesia y que le da fuerza y consistencia. Y además es viático para la realidad futura. La visión del libro del Apocalipsis nos mostraba toda la creación alabando a Cristo: “Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles; eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos”. Es la imagen de la Iglesia triunfante, que ya goza de la visión de Dios. Pero lo es también de lo que estamos nosotros llamados a experimentar al final de los tiempos. La recapitulación de todos, junto a toda la creación, en Cristo.

Susana San Julián Blanco. Cuenca



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