Habitantes de Jeruralén, ¿qué alborota la ciudad antes de las fiestas de la Pascua, tan
cercana? ¿Por quién agitáis vuestras palmas? ¿Porque lo predijo Zacarías en una visión?
(¡Salta de gozo, Sión! ¡Alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador,
pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Za. 9, 9) ¿Olvidas que antes de
esa entrada ve en oráculo la aniquilación de todos los enemigos de Israel? ¿Olvidas el
poder de nuestro Dios fuerte, dominador de toda la tierra? ¿Crees, quizá, que tu Dios es
un Dios del amor, débil como una joven doncella?
Un borriquillo no es cabalgadura de rey, ni sus anfitriones podéis ser vosotros, una
multitud que sólo sabe recibir a quien ha llenado sus estómagos y a quien ha curado a
sus enfermos… ¿No esperáis al Mesías, con su gloria y su poder sobre Roma?
Cuidaos de ese, que mandó amar a los enemigos y devolver bien por mal… Perdonar
setenta veces siete nunca ha sido buen camino para una revolución… Más bien parece
otro profeta, un buen hombre con una buena doctrina. ¿No os interesa más ese Jesús
cómodo, el que no exige caer en tierra y morir, amar hasta el extremo?
Aclamad con palmas al Jesús que caminó sobre las aguas, al que multiplicó los panes,
curó a muchos y convirtió el agua en vino… Pero quien hoy entra en Jerusalén viene a
dar la vida: su reino no es de este mundo, y no complace a este mundo, porque sus
exigencias son extremas…
Habitantes de Jerusalén, ¿cuántos estaréis dispuestos a seguir al Hijo de David, que
viene en el nombre del Señor durante, al menos, una semana? ¿Cuánto tardaréis en
cambiar vuestras palmas por látigos, vuestras alabanzas por injurias, vuestro amor por
odio?
Carlos y Susana, Cuenca
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