Iniciamos el periodo más intenso para los bautizados, la Cuaresma. Cuarenta días en los que estamos llamados a reflexionar y convertir nuestro corazón para celebrar con gozo el misterio de nuestra fe. Como cuarenta fueron los días que Jesús pasó en el desierto, sacrificándose y pasando penurias como dura preparación a su vida pública.
El Señor se hizo tan semejante a los hombres que también tuvo que enfrentarse, luchar y sufrir para mantenerse firme ante las tentaciones que se le presentaron. Satanás presenta esas tentaciones en el momento justo y de manera atractiva. Pero el Señor está preparado, sabe cómo vencer y superar cualquier seducción del ángel caído. Y nos muestra el camino para hacerlo nosotros. Él tiene clara su misión, y sabe que la redención del mundo no es algo negociable, nadie le desviará de su camino, no está dispuesto a abandonar el designio de Dios. Ante la tentación Jesús se apoya en su Padre, respondiendo con las palabras de la Sagrada Escritura: «Está escrito», ...
¿Cuáles son nuestras tentaciones? no se parecen a las de Jesús. En nuestro camino se nos aparecen de forma distinta y, aunque no seamos el Señor, la manera con la que respondemos a esos artificios tiene consecuencias que pueden ser trascendentales para nuestra vida. ¿Qué hubiera pasado si Jesús se hubiera rendido a las instigaciones del maligno? No lo hizo, luchó con la ayuda del Padre. Si peleamos solos, lo haremos contra alguien más fuerte que nosotros y perderemos. Si combatimos al lado de Dios, estaremos en el bando del más poderoso, y será ahí donde encontremos nuestra victoria para vencer cualquier tentación.
Laura García Rodríguez
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