Domingo II de Cuaresma, 16 de marzo

“Este es mi hijo, el elegido, escuchadlo”.

En el Evangelio de hoy contemplamos una revelación de la gloria divina de Jesús. Él se lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago al monte, lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Allí, en lo alto de ese lugar, contemplan una prueba inminente de la divinidad de Cristo y escuchan de la boca de Moisés y Elías aquello que aún no habían querido entender: la muerte de Jesús, que iba a tener lugar en Jerusalén.

Cómo tuvo que ser lo que estos discípulos vieron y sintieron para que Pedro dijera: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!" En la cercanía del Señor es donde mejor se está, donde los miedos son pasajeros si sabemos ver su presencia, como en aquella nube del monte. ¿Qué fue aquello que sus corazones sintieron para que después fuese un testimonio de la grandeza de Dios y dieran sus vidas por Él?

Los apóstoles en lo alto del monte vieron para después descender y llevarlo a todos los hombres. Que nosotros sigamos subiendo a esa montaña mediante la oración para contemplar la gloria divina de Cristo y bajar, después, a la llanura donde encontramos a tantos hermanos desamparados y fatigados a los que tenemos el deber de transmitir aquello que nuestro corazón ha experimentado: el esplendor de la Verdad y el Amor.

¿Hemos subido ya al monte o, por el contrario, estamos aún en la parte baja? ¿Abro lo suficiente mi corazón, mis ojos y mis oídos cuando me encuentro en lo alto de la montaña? ¿Suelo permanecer en la parte de arriba o, sin embargo, bajo a la llanura para proclamar a mis hermanos lo que he visto y oído?

Víctor Palomo

Seminarista, Segovia