“Señor mío y Dios mío“ es una frase que repito muchas veces. Cada vez que veo alzado el cuerpo de Cristo en la consagración lo repito. Lo pronuncio esperando realizar un gran acto de fe, mirando a ese pequeño pan blanco y viéndote en él, vivo y resucitado.
Sin embargo, cuántas veces peco de poca fe como Tomás. No me creo que todo lo bueno que me pasa sea gracias a Ti. No me creo que el sufrimiento de mis días tenga un sentido en la Cruz. Soy tan incrédula...
Señor resucita en mi corazón, en las partes muertas de mi alma. Dame la luz que necesito para seguirte cada día, para gritar que estás vivo y que has venido para salvar nuestros corazones de la tristeza, para decirnos que la Cruz no es el final sino que en el Cielo hay Vida en abundancia.
Pilar Viñuales, Madrid
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