¡Qué poca importancia le damos a los encuentros que solemos tener durante el día! El evangelio de hoy nos habla de un encuentro. Podemos imaginarnos la escena. Está Juan Bautista con dos de sus discípulos. El evangelio no dice exactamente de qué estaría hablando antes o qué estaban haciendo con anterioridad, pero podemos imaginar que como de costumbre ellos estaban escuchando al maestro con atención, siguiendo algún discurso o alguna enseñanza que estaría dando. Y en medio de esto, como si nada, va y suelta: “¡Este es el cordero de Dios!”. Pero ¿qué se ha creído? ¿Cómo suelta de repente tal afirmación? Y sobre todo, ¿quién será aquél del que se dicen estas palabras? Aquellos que estaban con Juan se quedarían atónitos ante la escena, pero sobre todo estarían profundamente inquietos por ver quién sería aquel hombre al que señalaba el maestro Juan con el dedo. En ese momento, dos de sus discípulos no aguantan la incertidumbre y se ponen a seguir a Jesús. Él les pregunta: ¿qué buscáis? No puede haber una pregunta que llegue hasta los más profundo del corazón del hombre. Pocas veces nos preguntamos nosotros qué buscamos, cuando se trata de la pregunta más importante de nuestra vida. “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. La pregunta del Señor no trata de poner delante de los discípulos a qué trabajo se quieren dedicar o cómo van a gastar su dinero, la pregunta de Jesús se dirige al sentido de nuestra vida, a responder a cómo yo puedo ser feliz. La segunda respuesta de Jesús es un espectáculo porque señala el método cristiano desde entonces: “Venid y lo veréis”. Este es el único modo de conocer a Jesús. Jesús no les da una serie de normas para cumplir, o unos libros para leerse, ni si quiera les recomienda ver los capítulos de The Chosen. Les dice, venid y lo veréis. Jesús les propone compartir la vida, les propone una amistad: se trata de un encuentro. La fe cristiana no se puede vivir sólo como una relación íntima con Jesús, esto sería muy reducido. La fe es comunión, es una vida en comunidad, es una amistad. Y este método, igual que hace dos mil años, continúa exactamente igual: seguir a aquellos que viven una vida apasionante porque viven la alegría y la plenitud que sólo Dios puede dar. La vida cristiana es esto, una vida. Comidas, paseos, bailes, compartir. Ojalá podamos vivir con la conciencia de que hoy mismo nosotros podemos hacer la misma experiencia que hicieron los discípulos, seguir a Cristo, es decir, seguir a aquellos a través de los cuales se manifiesta la presencia de Cristo en la historia.
Juan de Dios Prieto,
Presbítero, Granada
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