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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Domingo III de Cuaresma, 20 de Marzo

Queridos amigos:


Cruzamos en este domingo el umbral de la cuaresma, tiempo que inaugurábamos con la expresión: «Conviértete y cree en el Evangelio» un tiempo nuevo para un corazón nuevo.


Hemos celebrado muchas cuaresmas, en numerosos casos hemos recibido la signación de la ceniza, hemos oído el evangelio del ayuno, de la oración, la limosna; y en cuantas ocasiones el imperativo: “conviértete”. Pero: ¿Nos hemos parado atentos a entender profundamente cual es la intención a la que Dios nos llama, a través de la Iglesia, en este tiempo de penitencia?


Las lecturas de este domingo, nos invitan a la interiorización en nuestra vida de un proceso maduro y auténtico de conversión, en el Evangelio de hoy el Señor nos dice: «y si no os convertís todos pereceréis». Puede resultarnos chocante o incluso fuerte, pero es una llamada a volver el corazón a Dios; ¡sí! eso es la conversión: volvernos a Dios, ese es el verdadero sentido de este tiempo de la ceniza, recordarnos que somos creados para alabarlo no solo de palabra, sino en espíritu y en verdad. Es la cuaresma un nuevo comienzo en Dios que es «compasivo y misericordioso» (sal. 102) para cada uno de nosotros, es la oportunidad del viñador del que nos habla hoy Lucas en el capítulo trece: «déjala todavía este año, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto».


Desafortunadamente, vivimos tiempos difíciles continuamente de espaldas a Dios incluso pensando actuar por encima de Él. Sin embargo es el tiempo de dar testimonio como creyentes, como enviados, como sellados por un amor incondicional, por el amor que no se consume al igual que la zarza ardiente. Leemos en la primera lectura del libro del éxodo en el capítulo tercero que “la zarza ardía sin consumirse” ; y es que el amor de Dios por cada uno de nosotros no se marchita, no se agota, no se cansa, arde siempre sin consumirse, es el tiempo de dejarnos empapar por ese Amor a través de los sacramentos, especialmente del sacramento del perdón y la Eucaristía donde Dios nos vuelve a decir hoy a ti y a mí : «Yo soy , el que soy».


Que el ejemplo ardiente y sencillo de San José cuya solemnidad hemos celebrado, y la intercesión maternal de María Reina de la Paz, nos impulsen en éste camino cuaresmal a reorientar nuestro corazón a Dios. Déjate tocar por Aquel que, viendo la opresión de su pueblo, quiere llevarnos a través de la Pascua a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel. Que el Señor os bendiga.


Alberto Sedano, Sacerdote de Granada









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