En el evangelio de este domingo termina el testimonio de Juan el Bautista. Aquel que andaba señalando continuamente a Jesús, ha sido apresado. Y Jesús se dirige a la Galilea de los gentiles. Es ahí donde llama a la conversión y donde llama a los primeros a seguirle.
Todos, seguramente, hemos tenido algún momento donde alguien o algo, como Juan el Bautista, nos ha señalado a Jesús como verdadero Dios en nuestra vida. Seguro que guardamos con mejor recuerdo algún campamento, alguna convivencia, algún paseo con alguien, algún rato de oración, donde hemos sentido cerca la presencia del Señor, su misericordia y su amor. Donde hemos visto que Dios tiene sentido en nuestra vida. Sin embargo, cuando acaba todo esto, y volvemos a casa, podemos sentirnos un poco defraudados, porque nos damos cuenta de que seguimos siendo los mismos. Y en nuestra vida se crea como dos ámbitos: el espacio para Dios y el espacio para el hombre.
Pero Dios no defrauda. Hoy Jesús va a la Galilea de los "Gentiles", al trabajo cotidiano, al día a día, a aquello que parece que en un primer momento Dios no es necesario, sino que todo depende de nuestras propias fuerzas. Jesús llama a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, para que en su espacio de hombre también sea de Dios. No les dice que dejen de ser pescadores, ni que cambien totalmente su modo de ser. Sino, que a partir de lo que ya son como pescadores, le da una misión todavía aún mayor: la de ser pescadores de hombres.
En nuestro trabajo, en el estudio, en el colegio o la universidad, en aquello en lo que estamos enredados, Dios se quiere encontrar con nosotros. Nos llama a seguirle en lo que hacemos, para darnos una misión aún mayor. Dios nos libra de esa mediocridad humana de la monotonía y la superficialidad, para renovarnos y revestirnos de la nueva condición humana. En nuestra decisión libre queda que esto esté pasando ya…
Álvaro J. Sánchez Sainz-Pardo, Ávila
