Domingo IV de cuaresma, 30 de marzo
- Esclavas Carmelitas
- 28 mar
- 2 Min. de lectura
Este pasaje del evangelio de Lucas, habla sobre la parábola del hijo pródigo, reflexiona sobre el amor incondicional de Dios, el perdón y la misericordia. A través de la historia de un hijo que pide su herencia, la malgasta, y finalmente se arrepiente, Jesús nos muestra que, aunque el pecado y la distancia de Dios pueden llevarnos a situaciones de sufrimiento, siempre existe la misericordia De Dios.
En la parábola el padre refleja el papel de Dios, mostrando un amor que no se limita a las faltas del ser humano, sino que siempre está dispuesto a perdonar y restaurar. El hijo, al tomar la decisión de regresar, se siente indigno y se arrepiente de su comportamiento, pero el padre, al verlo desde lejos, corre hacia él, sin dudar en ofrecerle una acogida generosa, llena de amor y alegría. Este gesto nos recuerda que Dios, incluso cuando estamos alejados de Él, nos espera con los brazos abiertos, dispuesto a perdonarnos y a restaurar nuestra relación con Él.
En cambio, el hermano mayor, refleja otra actitud, la del que se siente resentido cuando su padre perdona a su hermano por sus faltas. Esto nos invita a reflexionar sobre nuestra propia disposición hacia la misericordia y la restauración, ¿nos alegramos realmente por el arrepentimiento y la vuelta de los demás, o nos llenamos de celos y resentimiento? El padre le recuerda al hijo mayor que todo lo que tiene es suyo, pero que es necesario celebrar la vuelta del hermano, porque la verdadera alegría se encuentra en la reconciliación.
Esta parábola, entonces, es una invitación a ser como el padre, a vivir en un amor que no es interesado ni limitado por los errores de los demás, sino un amor que se regocija en la reconciliación y el perdón entre los hermanos. También nos llama a reflexionar sobre nuestra propia vida cristiana, buscando siempre la reconciliación con Dios, y a ser misericordiosos como Él lo es con nosotros.
Saray
Cuenca
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