En la lectura de hoy Jesús entra en la sinagoga a enseñar, con autoridad dice el texto, con esas formas del buen maestro que conoce a su alumnado, con esa sabiduría que emana de una experiencia profunda, dejando a todos boquiabiertos. Como docente leo con sana envidia, la del que quiere llegar al corazón de sus pupilos, motivarlos, ilusionarlos, conmoverlos e inspirarlos. Pero hay dos trampas que minan el camino, esperando para atraparnos y mermar nuestra voluntad.
Primero la tentación de hablar empleando mis propias palabras y prejuicios, las que resuenan a egoísmo y están huecas por dentro, no las que Dios dicta a mi corazón.
Segundo la de los "espíritus inmundos" que vocean alrededor, confundiendo y distorsionando el mensaje de verdad y amor de Dios. Tarea difícil resulta la de sanear espíritus para que abran los ojos y vean esperanza donde solo hay sinrazón, fuerza en la debilidad y riqueza en la miseria.
Jesús aparece como un maestro auténtico, consecuente con lo que hace y lo que enseña, con lo que dice ser y lo que es, con una fuerza que silencia el huracán de mi alma y le devuelve paz.
En estos tiempos de abrumadoras noticias que ensombrecen nuestro ánimo, Jesús entra en nuestro templo para acallar y devolver paz y esperanza, eso sí...siempre que "no endurezcáis el corazón".
Abelardo Arteaga, Carmelo Joven, Valencia
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