El pasaje evangélico de este Domingo refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Cristo, en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección.
Justo después de su entrada triunfal en Jerusalén, un grupo de griegos se acercan a uno de los discípulos, a Felipe, con una petición muy concreta: “Queremos ver a Jesús”.
En ese deseo podemos intuir la sed y el deseo de ver y conocer a Cristo que experimenta todo hombre en su corazón. Son personas con una actitud abierta que buscan la respuesta adecuada a las preguntas de su corazón en Jesús y que tienen disposición a creer en Él. Ese grupo son la vanguardia de la humanidad que va al encuentro de Cristo, las primicias de los gentiles que se acercan al Salvador.
Ante ese deseo de encuentro con Jesús, Él nos orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión salvífica. “Ha llegado la Hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”.
Jesús, con la breve parábola del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto, anuncia el efecto universal de salvación que va a conseguir con su muerte. Jesús es ese grano de trigo que tiene que morir para convertirse en fuente de vida para muchos.
Jesús invita a sus seguidores a continuar el ejemplo de su vida. La muerte es el único medio de fructificar. El apego a sí mismo conduce al fracaso, mientras que la madurez completa reside en la actividad del amor, en la entrega hecha servicio a cada uno de los hermanos. Tan sólo el que se entrega por completo a sí mismo por amor a los demás da fruto y se abre a un destino pleno de vida eterna. Ese es el camino de plena realización de un discípulo.
¿Cómo afronta Jesús interiormente su muerte? ¿Qué sentimientos tiene en su corazón?
Ante la llegada de la Hora, Jesús se siente turbado, profundamente abatido. Esta escena es el Getsemaní del Evangelio de san Juan. Jesús se queda sin palabras. Se subraya la pena que ha invadido a Jesús ante su muerte. Aquí se nos manifiesta hasta qué punto Jesús ha vivido en serio su humanidad, igual en todo a la nuestra menos en el pecado. No nos ha amado de broma. Pero Jesús acepta su misión y se abraza a la voluntad del Padre con una oración tan breve como generosa: “Padre, glorifica tu Nombre”. Esta invocación corresponde a la petición del Padrenuestro: “Santificado sea tu Nombre”. Para Jesús la Gloria del Padre corresponde a la Gloria del Hijo. Y en ese momento se escucha una voz, una palabra reveladora que viene del cielo y que confirma y sella la decisión de Jesús: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. “Lo he glorificado” a lo largo de todo su ministerio público, y “volveré a glorificarlo” en su muerte y resurrección.
Jesús, sobre todo ofreciendo su vida por amor a la humanidad, dará colmada gloria a su Padre.
Después el Evangelio presenta dos efectos de la Hora de Jesús. Hay un primer efecto negativo: ya ha llegado la hora del Juicio. Si la Pasión está ya en marcha, ya está en marcha inevitablemente el Juicio del mundo tenebroso y también la expulsión del príncipe de este mundo, Satanás.
Y hay también un segundo efecto positivo: La exaltación del Hijo del hombre. La Hora de Jesús tiene como finalidad primaria la atracción. Jesús elevado en la cruz es el centro de atracción de toda la humanidad. Va a infundir su propio Espíritu y este Espíritu realizará la función de tirar de los hombres, moverlos, llevarlos hasta Cristo, centrar y fijar la humanidad para siempre en Cristo.
José Antonio Vinuesa García
Delegado de liturgia (Archidiócesis de Granada)
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