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Domingo XX del T.O. 17 de agosto

  • Foto del escritor: Esclavas Carmelitas
    Esclavas Carmelitas
  • 11 ago
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 26 ago

Jesús ha venido a prender fuego en la tierra y ¡cuánto desea que estuviese ya ardiendo! El evangelio de hoy es una exhalación del deseo ardiente del Corazón de Jesús. Podemos ver en esta imagen una expresión de la presencia del Espíritu que, con su fuego abrasador, todo lo consume y llena de amor. La esencia de Dios es el Amor y el expreso deseo del Señor es llenar todo de ese amor, de un fuego abrasador que todo lo consuma.

Él tenía que marcharse para que el Espíritu Santo llegase a los suyos y los consumiera en ese amor hasta dar la vida. Ese Espíritu es presencia, pero supone una ausencia. Nos llega el amor de la Trinidad, pero es necesario que Cristo se oculte hasta que alcancemos la visión de Dios en su integridad, reservada para el cielo, el momento en que cada uno gozaremos plenamente de él.

Todavía no, pero será posible. Ahora bien, esta cima del cielo supone un paso previo que todos debemos recorrer desde la madurez del corazón por la purificación interior. Ese camino no está exento de pruebas y rechazos, de divisiones y luchas interiores y exteriores, sea de relación social, de salud o de pruebas interiores. Cristo nos lo avanza: «Desde ahora, estarán divididos cinco en una casa, …».

Es una imagen visual de lo que supone esa fe en Jesús y ese preludio de la vida eterna. La Cruz para el cristiano, para el consagrado, en cualquier vocación, trae un rechazo de los que le rodean, incluso de los más cercanos, los más íntimos, a los que uno tanto ama. El discípulo no será menos que el maestro. Esa es la «división» que Jesús nos anuncia, con la que nos tocará lidiar. Nosotros pensamos que ese reto conduce directamente a la paz, pero la dura realidad es que supone prueba, lucha y división, …

Paradójicamente, todo ello engendrará a la larga una paz duradera, la paz del corazón que se siente desasido de los aplausos de este mundo y del aplauso propio, sólo así será el alma verdaderamente libre, aunque toque esperar. Nuestro querido S. Juan de la Cruz nos invita a ello: «Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada» (subida al Monte Carmelo, libro 1, cap 13) Merece la pena llegar a ese estadio del amor, a esa cima de la santidad. «el Señor está siempre con los que obran bien, y los esfuerza y anima con su favor y gracia para que puedan más» (Sta Teresa de Jesús – Camino de Perfección, cap 16)


Rogelio Cabado

Zamora

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