El texto de hoy pone ante nosotros la experiencia de la fe, marcada por la confrontación y la respuesta.
En primer lugar, los discípulos descubren la exigencia del Evangelio: el amor no se vive a medias tintas. Y los discípulos se sienten interpelados.
En segundo lugar, Jesús se revela. Ante la duda, Él dice su nombre de nuevo. Él es el Hijo del Padre, Señor de la vida y su victoria sobre la muerte será la prueba definitiva.
Por último, adquieren el protagonismo los Doce, a quiénes les pregunta cuál será su fidelidad –después de la huida de muchos y ahora que conocen mejor la verdad del Evangelio–, a lo que Pedro responde: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna".
Creer implica crecer. La fe es una respuesta que se da día a día y se madura en la libertad, desde el amor. Ser cristiano supone vivir en la confrontación con la Verdad. Y esto a veces implica profundas crisis personales que exigen una respuesta: o todo, o nada.
Ante esto, el consuelo llega para quién es capaz de aceptar con humildad y sencillez, que en su pobreza, ya no entiende su vida sin Dios, y se arriesga un poco más.
Cuántas veces, Señor, nos invitas a creer, a vivir más conforme a la verdad de tu amor, a ser más tuyos.
La aventura del Evangelio es apasionante. Pero justamente por eso, implica vivir la Pasión de Jesús. Ayúdanos, Señor, a responder como Pedro: "creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios"
Jorge Fernández, Ávila
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