En el evangelio de este domingo escuchamos a Cristo reclamar para sí una obediencia y entrega exageradas. Todo debe quedar pospuesto cuando se trata de Jesús. En la oración colecta pedimos, sin embargo, alcanzar la libertad verdadera, aquellos que creemos en Cristo. Surge entonces una aparente contradicción: Cristo exige que le dé todo para hacerme realmente libre.
¿Qué es entonces esta libertad verdadera? Es la capacidad de reconocer el bien y seguirlo. En la primera lectura escuchamos decir "¿Quién conoce la mente del Señor?". San Pablo, años más tarde, responderá: "nosotros, que tenemos la mente de Cristo". Es por el don del Espíritu, que nos introduce en el Cuerpo de Cristo y nos muestra cómo vivir como hijos, que podemos conocer cuál es la mente de Dios, cuál es su designio: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Cristo se ha entregado por completo, sin reservas. Se ha entregado a Dios por los hombres y se ha dado a estos para que ellos alcancen a Dios. "No es más el discípulo que su maestro". Porque Cristo es verdadero Dios, puede reclamar este seguimiento absoluto, "amarás a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas". Porque es verdadero hombre, puede mostrarnos ese camino de imitación en su carne, puede mostrarse como maestro. Y, a través de sus sacramentos, se nos entrega por completo.
Alcanzar la mente de Dios es ese camino sacramental, por medio del cual nos revestimos de Cristo, nos hacemos uno con Él. Nos despojamos de nuestros bienes para llenarnos de sus dones y así poder actuar con libertad verdadera. Es desde ese amor radical a Cristo, a Dios, que podemos amar realmente al prójimo. Sólo desde la mente de Cristo Filemón puede cambiar la visión que tiene de su esclavo para verle como un hermano. Así alcanza la libertad de actuar tal como Dios quiere ser amado.
Victor Hervías, Alcalá de Henares
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