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Domingo XXIII del T.O. 5 de Septiembre

El evangelio de hoy nos muestra primeramente la humildad del señor, que no solo mandó no difundir su milagro, sino que curó al enfermo en lo escondido.


La humildad es la base de todas las virtudes, complace a Dios, no solo porque se reconoce a sí mismo como criatura, sino porque se reconoce a sí mismo como pecador e indigno de su condición de hijo. Es un don fundamental en nuestras relaciones, porque al sabernos pequeños nos hace darnos cuenta de la grandeza de las cosas que recibimos, nos hace ser agradecidos. Solo desde la humildad somos capaces de apreciar lo extraordinario del amor.


Por otro lado, vemos la sordera y cegueras físicas del enfermo al que Jesús sana. Nos habla también de la sordera y ceguera espiritual que ha de ser sanada. El hombre que es mudo, pues no tiene voz, es el equivalente al hombre esclavo de sus pasiones por falta de voluntad, que coarta la libertad, induciendo a pecar: al orgullo, a la soberbia, a la vanidad, y a la arrogancia; todo contrario a la humildad.


Ojalá que todos sepamos ser humildes para aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida, y ser capaces de ver y escuchar la verdad.


Pablo Villar, Cuenca





 
 
 

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