“Servidor de todos” (Mc 9, 35)
Hay caminos que no nos gusta recorrer. Caminos oscuros que asustan y nos recuerdan nuestra pequeñez y fragilidad. Caminos que dan miedo porque no sabemos dónde van a parar… No entendemos por qué existen en nuestra vida, ni por qué Dios no nos ha liberado de ellos.
Muchas veces no nos gusta mirar aquello que es difícil en la vida, nos gustaría estar siempre en la cima, en un lugar privilegiado. Discutimos por el camino de la vida quién es más importante, quién tiene razón, quién está por encima. No nos gusta el camino que Dios ha elegido para salvarnos: “Quién quiera ser el primero, que sea… servidor de todos”. Cristo no ha venido a recorrer caminos de grandeza, podríamos decir que no ha venido “a triunfar”.
Nuestro Dios es un Dios pequeño por voluntad propia, se hizo carne para compartir nuestra carne, se puso “en manos de los hombres” para ser tratado a la misma altura como nos tratamos nosotros. Y esa pequeñez es la que nos salva. Si hemos pensado que somos cristianos para triunfar, para que nos vaya bien en la vida, para ser poderosos, nos hemos equivocado, estamos haciendo magia de nuestra fe. Si somos cristianos es porque reconocemos que Dios ha querido vivir nuestra misma vida, la de verdad, no la que nos gustaría tener. ¿Por qué no entendemos a Dios? Porque no nos gusta su lenguaje, porque nosotros habríamos elegido otro modo de hacer las cosas.
¿Qué es eso de “perdonar al enemigo”? ¿Poner la otra mejilla? ¿Hacerse servidor de todos? De nuestra carne sale otra cosa. Por eso también debemos morir para resucitar, hacernos sencillos para entender sus grandezas. Cristo habla sencillo, y nosotros vamos complicando con nuestros intereses de este mundo. Solo lo entenderemos si nos hacemos como niños, débiles, dependientes, sin doblez. Esta es la tarea que el Espíritu realiza en nosotros, hacernos como niños. Es tarea para toda la vida, para que toda la eternidad podamos gritar: “Abbá, Padre” (Ga 4, 6).
Enrique Rico Pavés, Sacerdote
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