El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti (San Agustín). Dios nos ha creado libres, y en esa libertad y desde esa libertad podemos o no acoger su llamada, sabiendo que, a pesar de nuestra debilidad, él siempre espera nuestro Si, el sí de nuestros labios y el sí del corazón.
La parábola de los dos hijos que leemos en el evangelio de este domingo, nos hace pensar en la respuesta que damos ante las invitaciones que Dios nos hace, pero también nos lleva a pensar en la falta de coherencia, en esa facilidad para decir una cosa y hacer la contraria; porque además este mundo invita a ello. Vivimos en el mundo del relativismo, de las medias verdades, de las palabras vacías, de lo que apetece en cada momento, de la falta de compromiso en todo. Vivimos en un mundo en el que “si” es “a lo mejor” y “no” es “ya veremos”. Hoy, a la luz de esta parábola, podríamos dedicar un tiempo a intentar descubrir todas esas veces en las que nuestro “si” no es un “si” y nuestro “no” un “no”.
Ninguno de los dos hijos que aparecían en esta parábola son un ejemplo para nosotros, como mucho el primero por aquello de que se arrepintió y fue. El modelo, el ejemplo y el camino a seguir es el tercer hijo, ese que nos cuenta la parábola: Jesús, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, que se hizo siervo por nosotros, que se humilló para darnos su mano y levantarnos de nuestra humillación. No nos quedemos solo en palabras: que el SI de nuestros labios, sea el Si de nuestras obras.
Fernando González, Navalosa (Avila)
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