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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Domingo XXXI del T.O. 3 de noviembre

Siempre queremos saber qué es lo más importante, lo que de veras es primordial.

Nos pasamos la vida en competición permanente y poniendo a prueba lo que nos rodea; lista de tareas, lo urgente, lo importante, lo que sirve de verdad... lo que no nos va a hacer perder el tiempo sino llegar al centro de la cuestión. Lo primero.

 

Aquí se acercan a Jesús para preguntar qué mandamiento es el primero. Son muchos preceptos pero ¿qué es lo verdaderamente relevante? ¿Qué tenemos que hacer para obtener la salvación?

La respuesta es contundente: Amar.

Amar a Dios con mente y corazón. No con palabras y apariencias, con pensamientos y sentimientos que nos lleven al amor de Dios.

 

Pero la cosa no queda ahí: Amar de nuevo.

Amar al que está a tu lado, al prójimo, no de cualquier forma, amar cómo te amas a ti mismo.

Complejo y hermoso mandato que Jesús nos deja: aprender a queremos a nosotros mismos como obra de Dios que somos, no con vanidad ni soberbia sino como instrumento de su paz y su justicia, como pieza necesaria e insustituible en su obra de salvación. Y por eso, porque todas las personas somos únicas a los ojos de Dios, todas necesarias, todas útiles para alcanzar su Reino, todas dignas de amor, de derechos, todas iguales y queridas por él. Por eso nos pide amar al prójimo como a ti mismo.

 

Si la persona que está a mi lado es amada por Dios, de la misma forma en que yo soy amada, entonces ¿quién soy yo para cuestionar ese amor? ¿cómo no voy a amar al que Jesús ama y por quien entrega su vida? ¿Acaso puedo despreciar yo a quien Dios ama como a mi?

 

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Y el prójimo son todas las personas, ni más ni menos. Ni buenas ni malas, ni blancas ni negras, ni de cerca ni de lejos... todas. La grandeza del amor de Dios en el amor a los hermanos, en el sentimiento real y verdadero de que cualquiera es como yo. No hay diferencias. Mejor dicho, no debería haberlas.

 

Nuestra tarea cotidiana es amar, querernos más a nosotros mismos, amar y cuidar la obra de Dios presente en todas y cada una de las personas que nos rodean. ¡Qué suerte tener a Jesús presente en tantas personas que nos rodean, cuántas oportunidades para amar y cumplir con lo primero, con lo más importante! Ojalá Jesús pueda mirarnos hoy y decirnos como al escriba “No estás lejos del Reino de Dios”.


Corina

Cuenca

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