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  • Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Domingo XXXII del T.O., 12 de noviembre

Actualizado: 22 ene

En la mayoría de los teléfonos móviles inteligentes que tenemos hoy traen consigo varios modos operativos de funcionamiento: modo avión, modo trabajo, modo descanso, etc. El evangelio hoy domingo nos sitúa en el modo “vela”. ¿En qué consiste? Estamos acabando el año litúrgico y toda la liturgia va apuntando cada vez a la venida última del Señor como Rey de Reyes y Señor de Señores. También el evangelio dominical de hoy nos apunta a dicha venida. Jesús, cada vez más cerca de consumar su misión salvífica en la Cruz, va enseñando a sus discípulos, a través de parábolas, a que comprendan en qué consiste el reino de los cielos que Él va a instaurar.


La parábola recoge muchos elementos bellísimos e importantísimos: la relación nupcial con la que Cristo, el Esposo, se desposa con la Iglesia representada por las vírgenes; las lámparas de aceite que llevan dichas vírgenes que representan la necesidad de estar siempre preparados al encuentro personal con el Señor pues sabemos, y Él mismo nos ha dicho, que volverá definitivamente; la posibilidad y necesidad de ayuda mutua entre nosotros pero la responsabilidad personal de nuestras acciones; la puerta de la salvación abierta para todos pero sabiendo que se cerrará para quien esté ensimismado; etcétera. Sin embargo, centrémonos en el aviso principal del texto evangélico: estar en vela. Jesús termina su enseñanza avisando que velemos porque no sabemos el día ni la hora en que el esposo vendrá y todo será consumado. Lo fundamental del tiempo de espera, entre la salida y vuelta del esposo, no es cómo vendrá sino cuándo. Porque venir va a venir.


Por tanto, debemos estar listos, en una actitud pro activa que, a su vez, es netamente contemplativa pues dicha preparación agranda la capacidad de deseo y de acogida hacia el esposo. Para estar en vela hace falta sostener la vela que da la lámpara de aceite, es decir, mantenerse con el mínimo de luz que permita avanzar en medio de la noche y poder así entrar en la luz del Esposo. Jesús, a través de la parábola, no nos enseña que estemos en vela para asustarnos o para que vivamos en tensión. Quiere que velemos porque quiere que le amemos, quiere que velemos porque quiere que le esperemos, quiere que velemos porque quiere que creamos en Él. Además, Jesús también señala con la parábola otro aspecto muy interesante de ese saber estar en vela, es decir, preparados y, por tanto, listos…, hasta la consumación del ya. Y es la voz que resonó en las dormidas vírgenes a medianoche. Es la voz de Dios que resuena en la conciencia de cada uno, en la intimidad del ser humano, en lo más profundo del corazón donde solo Dios mora y habla, y que solamente puede escucharse cuando uno, en cierto modo, baja la guardia de los sentidos.


En la parábola el problema no es que se durmieran las expectantes vírgenes sino cómo se fueron a dormir, es decir, con la prudencia de dejar preparado el aceite de las lámparas o con la necedad de no hacerlo. Porque la parábola deja claro que todas se duermen, que todas escuchan la voz, que todas se despiertan, que todas se ponen a preparar las lámparas, pero sólo las prudentes tienen suficiente aceite. Estar en vela es también reconocer la voz luminosa de Dios en lo más profundo de mi ser y levantar, sin sobresaltos, el corazón al encuentro del Suyo. Dios habla al corazón del hombre, en lo más profundo de su ser, y su voz le hará levantarse ¿pero le hallará preparado para encontrarse con Él? Actívate, prepárate, escúchale, y sal a su encuentro.


Ildefonso Fernández -Fígarares Vicioso, Pbro.Granada.



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