El hombre, en gran medida, no se da el ser a sí mismo sino que lo recibe. Recone la vida, el amor, influencias, recibe cosas materiales… en definitiva, recibe muchas cosas. Y es bueno que el hombre sepa que su ser es recibido. Y es humano el gusto por recibir cuanto más mejor, pero se corre el riesgo de olvidarse de quien es la fuente de la que se reciben las cosas. Esto hace que pueda valorar las cosas sin tener en cuenta su origen.
Es precisamente el origen, la persona que da para que otro pueda recibir, en la que se fija Jesús. La viuda del evangelio echa poco en comparación de los que echaban antes que ella, mas aunque hubiera echado mucho, ella echaba lo que tenía para vivir y no solo lo sobrante. La fuente es importante, y es que el hombre no es solo receptor, no solo recibe el ser sino que este mismo ser ha de configurarlo, y uno puede configurarse a base de diversos tipos de obras.
Es innegable que la obra de aquellos que echan mucho es buena, pero no llega a ser igual que la de la viuda. La obra de la viuda es obra de amor. Y hay una diferencia sustancial, la obra buena puede dejar de manar, y secarse, mientras que la obra de amor siempre mana, de la manera que sea. Una consiste en donar, la otra en donarse. Una, innegablemente, es buena, la otra es perfecta, y lo es porque va perfeccionando al hombre por la vía del amor. Quizá hoy el evangelio nos pone ante una decisión ¿Qué vía elegir: la de las obras buenas o la de las obras del amor?
Rafa Sánchez Andreú, Sacerdote de Avila
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