Llegó la Navidad. No obstante, los noticieros siguen hablando de guerras, crisis, conflictos, violencias y muertes en muchas regiones del mundo. Cuan actual es todavía esta canción:
"El mundo muere de frío / El alma perdió el calor / Los hombres no son hermanos / El mundo no tiene amor".
No resulta nada extraño preguntarnos: ¿será que todavía muchos de nosotros somos como unos animales? Porque somos capaces de preparar esta suerte unos a otros. Ya parece lo insinuaba san Agustín al comentar acerca de la importancia y simbología del pesebre y porque Dios ha nacido ahí, en aquel lugar donde los animales encuentran su alimento. Santa Teresa de Jesús afirmaba "que somos peores que bestias", al enterarse de la suerte de los pueblos conquistados en el nuevo continente americano.
En estos días vamos a escuchar el relato del nacimiento de Jesús, del Mesías. El evangelista Lucas narra la historia de José y María, que para cumplir con el decreto del emperador Cirinio, que mandaba a empadronarse a todo el Imperio, se desplazaron a la ciudad de David, que se llamaba Belén, en Judea. Los dos sabían perfectamente que María estaba encinta. Y resultó, que estando allí, en Belén, "le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc 2, 6-7).
El pesebre es el lugar a donde normalmente se dirigen los animales. Pero ahora es el lugar donde podemos encontrar el verdadero pan del cielo. El alimento que necesitamos para ser plenamente seres humanos. El alimento que nos capacita para poder siempre relacionarnos como hombres y que nos trae la vida verdadera, la vida en relación con Dios, vida eterna.
El pesebre será esta mesa, mesa de Dios, donde todos podemos sentarnos y en la pobreza del nacimiento de Jesús consumar de modo misterioso la redención del mundo.
Jurek Nawojowski, Ávila, Director de la Universidad de la Mistica - CITeS
